La paz está en los parques

Publicado el 25 agosto,2016 Por: Mauricio Suarez

Por Margarita Solano

Un taxista circula con su carro amarillo por la calle 30 de Palmira, la ciudad que en varias ocasiones ha subido al podio de las más violentas del Valle del Cauca. El hombre, de más de cuarenta y menos de cincuenta, alguna vez le robaron la billetera, también dos teléfonos celulares.

El taxi cruza por el colegio Sagrada Familia, una institución oficial, gratuita, donde muchas madres con súbito esfuerzo logran comprar el uniforme de sus hijas. Allí, junto al barrio Patio Bonito, hace diez años por robarle un par de billetes, un hombre recibió un machetazo en la cabeza al salir de una fiesta de quince años. Con más de la mitad del machete en el cráneo, el sujeto llegó al hospital, sobrevivió.

Ahora las ruedas pasan junto al parque del amor que siempre estuvo sombrío, del amor nunca se supo y el único punto donde no se respira el olor a marihuana, en una esquina junto a la calle 19 donde un puesto de comidas rápidas hizo de valiente. Desde hace muchos años, los vecinos optaron por una especie de ley seca: cerrar puertas y ventanas desde las nueve de la noche porque los disparos en el parque, llegaban siempre en la madrugada.

El recorrido ha terminado en la calle 31 con carrera 17. Desde allí, una maestra jubilada vio cómo un hombre que vendía chuzos asados, se desplomó en segundos después de dos balazos en la espalda.

Pero hay un lugar que fue y ya no es.

En medio del recuerdo de la violencia que reviste una ciudad azucarera por excelencia en el occidente colombiano, hay algo de ese dulce que en el ambiente huele a caña.

Parque de La Factoría. Palmira, Colombia.

Los parques más importantes han cambiado su rostro. Atrás quedaron los andenes rotos por donde se colaron malas pisadas, los focos inservibles se cambiaron todos y en vez de marihuana, huele algodón de azúcar, raspados, se erigen juegos infantiles, gimnasios, comercio.

Las manos que reconstruyeron un espacio público que antes fue de la delincuencia, se encuentra en los barrios marginales. Chicos y grandes convocados por la pasada administración para ocuparse en labores de albañilería, pintura, jardinería. Pulieron pisos, montaron juegos, cortaron el césped y dieron luz a una población sumida en el látigo de la indiferencia política por generaciones.

En una oda al pueblo chico, me vuelvo a encontrar con el taxista. —Palmira ha cambiado mucho, por fin está cambiando— le suelto una sonrisa franca. Pero la mirada acostumbrada al horror, se resiste a creerlo. —¿cambiado? le falta ir a Loreto, San Pedro, La Emilia y todos esos barrios, eso del cambio es una gran mentira como la mentada paz, por eso hay que votar por el no en el plebiscito— responde el cuarentón con las manos al volante.

Me bajo en el Parque Obrero donde una madrugada nueve jóvenes fueron masacrados por grupos de autodefensa que se vendían con el engaño de “limpiar” con delincuencia a los delincuentes. Luce como estuviera recién bañado, se acercan las palomas, se escucha “que todo el mundo te cante”, entonces me acerco al taxista en el semáforo en rojo y señalando el parque le grito “la paz está en los parques”.

Parque Obrero que anteriormente fue escenario de asesinatos, hoy le gana la batalla a la violencia.
Parque Obrero que anteriormente fue escenario de asesinatos, hoy le gana la batalla a la violencia.

Publicado el 25 agosto,2016 Por: Mauricio Suarez

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