Publicado el 6 abril,2021 Por: Editor
Por Diego Fernando Nuñez.
San Antonio Km 17 (Cali-Colombia). Una tarde fría de enero del 2011 la neblina llegó a ocultar el paisaje que se presenciaba desde lo alto de las montañas.
En la sala de una finca un momento de diversión se empezó a convertir en uno incómodo. Juan José de dos años, se encontraba jugando con una niña de su misma edad cuando los ánimos se acaloraron por un juguete y ¡Zas! El manotazo en la espalda se escuchó desde la cocina donde se encontraba Emma, Mamá de Juan.
Al dirigirse a la sala se dio cuenta que su amiga, mamá de la niña, le había pegado a su hijo porque él, le había quitado un juguete. Esa tarde, la mamá de Juan renunció a todo. Dejó su trabajo, una amistad y lo único que consideró relevante fue que su hijo seguramente le daría muchos más dolores de cabeza.
El 24 de diciembre el papá de Juan le compró un carro de 70 mil pesos que duró medio día funcionando. Juan José Calderón Gómez era muy inteligente y curioso. A las seis de la tarde en El Saladito, el niño agarró el nuevo juguete y lo desbarató por partes con la intención de entender cómo se armaba un carro.
A medida que Juan iba creciendo, se volvía muy inquieto y extrovertido. Las reuniones sociales y familiares eran un problema. Comentarios como “aquí no se puede quedar porque molesta mucho” fueron sus primeros rechazos sociales.
En su vida escolar, su promedio de calificaciones gravitaba entre el 4.6 y 4.8… siempre ocupaba los primeros puestos.
En mayo del 2014 en el corregimiento de La Elvira, cuando se acercaba la reunión de padres de familia del grado primero del colegio Francisco José Lloreda Mera, la mamá de Juan fue citada por la directora del colegio de su hijo.
—Señora Emma, de los años que yo llevo como licenciada nunca he visto un caso como el de Juan José. Él es muy inteligente, pero eso no lo demuestra disciplinariamente y desde mi parecer, Juan por su comportamiento terminará siendo el día de mañana un drogadicto, un criminal o el sicario de la ciudad —la madre no supo qué contestar.
Cuando Juan cursaba segundo de primaria, terminó con la cabeza herida. Lo empujaron y cayó de frente en un pasamanos.
¿Por qué si Juan era tan inteligente, se comportaba tan mal? pensó la psicóloga que lo auxilió esa tarde escolar. En ese momento le informó a la mamá de tan espléndido niño que necesitaba de ayuda profesional para explicar su comportamiento.
La mamá y la psicóloga coincidieron: hay que ayudar a Juan a comportarse mejor. El niño acudió entonces al centro neuropsicológico Neuroaprender ubicado en el Sur de Cali. Juan fue objeto de varios estudios: evaluación de lóbulos frontales y funciones ejecutivas, prueba proyectiva gráfica, escala evaluativa para maestros, escala evaluativa para padres de familia, rejilla observación de la conducta en el aula.
En un lapso de quince días llegó una notificación en el teléfono de Emma con los resultados de los exámenes. De acuerdo con los resultados, Juan José no tiene ningún trastorno grave de conducta, sino un patrón conductual de déficit en habilidades sociales.
Se trata entonces de una búsqueda de su propia identidad, por esto tiende a “actuar sin pensar”. No escucha atentamente, discute cuando no le siguen la corriente. De acuerdo con la rejilla de observación diligenciada por la docente, a Juan le importan los sentimientos de los demás, dice por favor y da las gracias, estudia con los compañeros, analiza la naturaleza de los problemas antes de empezar a resolverlos, tiene confianza en sí mismo, da buenas sugerencias para resolver los problemas, no es vulgar en su lenguaje y admite sus errores.
Juan es discriminado por ser un niño inteligente, cognitivo, pero poco socioafectivo. Ante los ojos de los derechos humanos, Juan y todos los seres humanos son iguales. Ya sea por nuestro físico, personalidad, por la manera en la que pensamos, nos expresamos, por la forma en la que apreciamos el mundo o la vida misma. Por lo tanto, la discriminación que ha vivido Juan no debería tener espacio. Discriminar es desigualdad y los que padecen de este flagelo son diferentes: no desiguales.
Juan José fue juzgado por dañar un juguete con el ánimo de aprender como se hacía. Fue rechazado porque a pesar de ser inteligente era un poco indisciplinado como efecto de buscar tanto su identidad como personalidad. Un niño que pensaba como adulto. Acababa los ejercicios de primero, gritaba y decía “¡ya terminé profe, ya terminé, revíseme!” Para sus compañeros, Juan es el más cansón, para su maestra, el próximo delincuente de la ciudad.
Según un estudio realizado por el Ministerio de Salud. Así como Juan, cuatro de cada diez niños y niñas del valle del cauca sufren discriminación como una forma de violencia física, psicológica o sexual.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) solo reconoce un tipo de discriminación: la racial. Pero hay más. La hay por orientación sexual, por sexo, edad, credo religioso, aspecto físico, capacidad intelectual, laboral entre muchas más.
Aunque el 21 de marzo se conmemora el Día Internacional de la eliminación de todas las formas de discriminación racial, la discriminación sigue siendo tan real como la pandemia por el Covid-19.
Alrededor de las nueve de la mañana del 28 de octubre del 2019 murió Juan de forma natural. Tenía once años. Esa mañana Emma perdió la mitad de su alma, esa que motivaba su despertar cada mañana, la que le hizo ponerse una capa de súper mamá y devorar el mundo cada vez que pensaba en el futuro de su hijo.
La causa básica de su muerte: hemorragia pulmonar de etiología a estudio. Manera de muerte: natural. Se fue Juan José, la pandemia sigue y la discriminación también.
Publicado el 6 abril,2021 Por: Editor
Un niño excepcional, con una energía increíble y que contagiaba.