Trabajo tóxico.

Publicado el 6 abril,2021 Por: Editor

¿Cuándo decir basta?

Por: Maria Cristina Beltrán.

El 04 de noviembre del 2015 Alejandra inició a laborar en una empresa de la ciudad de Cali de renombre a nivel nacional. Con el uniforme de su empresa actual, en baletas y un poco desaliñada, presentó su entrevista con quien sería su nueva jefa, una mujer alta, rubia y que evidenciaba una alta clase social. 

Dos días después de la entrevista, recibió la llamada en la que le confirmarían que era la persona escogida para el área de recursos humanos. Alejandra estaba convencida que ese era el cambio con el que iba a lograr su meta de estudiar y ser una profesional en psicología, pero no se imaginaba que un semestre le costaría tanto.

Ingresó a laborar y desde el primer día estaba muy emocionada, le encantaba el uniforme, su escritorio en la mitad de un pasillo lleno de oficinas de vidrio, en un piso de altos directivos, dentro de un edificio en el norte de la ciudad de Cali. Al iniciar en materia, Alejandra se dio cuenta que, a pesar de estar en el área de bienestar, no iba a recibir ningún beneficio.

Desde el primer momento su jefe impuso su dominio. Quería que la llamaran “jefa” como muestra de su jerarquía. Para Alejandra estuvo bien su primera solicitud, no pensaba llamarle diferente. 

Luego de un tiempo, la jefa de Alejandra empezó a hacerle un seguimiento semanal, reportando por correo cada actividad que tenía que realizar y cada solicitud sin solución, cosa que la puso muy nerviosa. La inexperiencia de Alejandra se evidenciaba los primeros meses; enviaba email sin adjunto o refería un tema y no lo explicaba tan bien, situaciones que sacaban de casillas a su jefa esbelta. En cada regaño, le recordaban que había muchas personas con mejores perfiles esperando por su puesto.


Alejandra comenzó a pensar que quizás su jefa tenía razón, no merecía estar donde estaba. Con el tiempo, ella logró mejorar la precisión en sus labores, pero tampoco fue suficiente. Poco a poco le fueron asignando más funciones, ya que la sede principal estaba en etapa de reestructuración, por lo que su horario normal no le alcanzaba para terminar y empezó a salir mucho más tarde que el resto del personal.

Adicional a las salidas tarde, le solicitaron asistir los sábados a trabajar para que también pudiese adelantar tareas, aunque sus demás compañeros sí tenían el sábado y el domingo libres. Alejandra volvió a decir sí, aunque estaba cavando su propia catarsis emocional.

Luego comenzaron a juzgarla por su cabello crespo y difícil de controlar, su gusto por el rock, sus uñas sin pintar y su poca relación con el maquillaje.

El cuerpo de Alejandra reaccionó primero. Comenzaron los malestares estomacales, agruras y reflujo. Su doctor de cabecera le explicó que era muy joven para sufrir de esos males, pero que esos padecimientos podría presentarlos si estaba expuesta al estrés y empezó a recordar las noches que llegaba a llorar a su casa por los regaños de su jefa y los desplantes que le hacía, a veces enfrente de personas de otras áreas.

Después del primer año llegó la tan esperada oportunidad de estudiar, Alejandra estaba muy emocionada. La empresa le daría un bono de estudio al personal que llevara más de un año y demostrara ser un gran elemento en la compañía, dependiendo de su calificación en la evaluación de desempeño. Aunque el primer año de nuestra protagonista estuvo lleno de tropiezos y el resultado de su evaluación no fue muy alto, sí fue lo suficientemente bueno para obtener el bono de estudio.

Buscó una universidad acorde al dinero que recolectó con sus ingresos, el bono obtenido y las cesantías que había ahorrado hasta el momento. Se matriculó y siguió todo el proceso para iniciar sus clases en sicología. Pidió permiso para ajustar su horario de salida a las cinco de la tarde compensando una hora con la del almuerzo. Todo fue aprobado y respetado en su momento pero con el tiempo, le aparecieron tareas media hora antes de irse a estudiar, los informes urgentes y las mil y un tareas de nunca acabar. Alejandra cada vez salía más tarde a clase, en una ocasión no pudo presentar un parcial porque su jefa le solicitó un indicador a las cuatro de la tarde.


Ese año Alejandra no pudo entrar a estudiar ya que su fecha de evaluación no coincidía con la fecha estipulada para el pago de la matrícula y su jefa inmediata no “pudo” hacerla antes. En ese momento Alejandra comenzó a pensar que tenía un trabajo tóxico del que quería escapar. Enferma y presionada, le costó reconocer que tenía un daño físico y emocional por el mal ambiente laboral, no era equivalente el daño físico y psicológico a cambio de una esperanza de un bono para estudiar.

El caso de Alejandra no es aislado. “El análisis hecho por la Organización Mundial de la Salud (OMS), apunta que un ambiente de trabajo considerado ‘’malo¨ o ‘’negativo», puede afectar directamente la salud mental de las personas, generando alto nivel de estrés, trastorno de ansiedad, depresión y en algunos casos, dependencia química.”

El estrés es una enfermedad tan peligrosa como cualquier otra, ocasiona graves problemas físicos como psicológicos y el estar expuesto a esto durante el tiempo que de trabajo, trae consigo una serie de problemas colaterales que no se pueden controlar fácilmente. El ambiente laboral influye en cada aspecto de nuestra vida y tratar de mejorarlo cada día debería ser una prioridad para cada empleador.


A dos años de distancia, Alejandra sabe que hizo lo correcto. Dejar una jefa tóxica mejoró su salud física y mental. Nunca más permitirá que un dolor de estómago provocado por quien no sabe cuidar a quien como ella, interfiera en su salud mental y desarrollo profesional. 

Publicado el 6 abril,2021 Por: Editor

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