Los muertos vivos de Xoxocotlán

Publicado el 2 noviembre,2015 Por: admin

Texto y Fotos Margarita Solano *

Una y diez de la madrugada, 31 de octubre:  «Si lo que quieres es bailar, si lo que quieres es gozar, si tu quieres bailar, sopa de caracol, je… « la canción pegajosa tiene a cuatro parejas bailando, aplaudiendo. Se han pintado la cara de muerte, traen una peluca fucsia y otra verde limón, los músicos tocan, las copas de mezcal pasan de mano en mano, los hombros de una mujer que baila sola se contonean, zapatos en movimiento levantan el polvo de las tumbas en el panteón de Xoxocotlán.

A lo lejos está Lupe, Lupita, Guadalupe.

—¿Quién es el de la foto?

— Mi hijo Miguel allí tenía 17 años, murió de leucemia, cáncer pues— el índice de Lupe se dirige a la foto de un muchacho de piel blanca, pelo negro, mirada pícara, labios a punto de sonreír.

—¿Era bien alegre no?

—Mucho y tenía muchas novias. Se enteró a los quince de la enfermedad porque él le sabía al Internet, investigó por allí y cuando supo que se iba a morir me dijo “mamá hay que vivir la vida”. Jugaba fútbol con sus amigos, tenía muchas novias, comía mucho mole coloradito que yo le preparaba, alcanzó a terminar segundo de secundaria. Ya cuando estábamos en el hospital, el médico me dijo: “señora ya no podemos hacer nada por él” y no fui capaz de decirle nada, me quedé a su lado mientras me decía que mañana quería salir para seguir jugando fútbol.

—¿Viene todos los años a verlo?

—Todos los años desde que murió en el 2007 le compro sus flores, le prendo muchas velas, preparo mole coloradito, pan de yema, chocolate y venimos el 31, el primero y el dos de noviembre; el dos vengo con mis otros hijos a cenar aquí al panteón el mole coloradito como le gustaba a él. Tuve seis hijos mire, todavía tengo cinco pero hasta mañana llegan los demás.

—Cenar en un panteón… ¿Le da miedo? —Lupe esboza una sonrisa.

—Es una tradición nuestra esta de venir a cenar, decorar la tumba, cantar, bailar. Cada año me gasto entre mil 500 y dos mil pesos (110 dólares aprox)  para el día de muertos, mire esta reja que le puse me costó cinco mil pesos señorita ¿quedó bonita no?

—¿Ha soñado con él en estas fechas?

—Por lo general me lo sueño pero me lo imagino no como murió a los diecisiete años sino como cuando estaba chiquito.

—Hija muéstrale la foto a la muchacha para que lo vea, la que está con la pelota de fútbol.

Ahí está Miguel, de playera y short rojos, la pierna derecha encima del balón, la otra inclinada al pavimento. Al lado un compa, su carnal, el mejor amigo, el hermano que hoy tiene 21, ocho yéndolo a visitar en el cementerio de Xoxocotlán, Oaxaca.

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***

Victoria ha llegado al panteón de Xoxo desde Buenos Aires, Argentina, en un taxi amarillo con cinco ocupantes provenientes de Venezuela y Colombia. El chofer que se presenta como Jesús, promete esperar al grupo de extranjeros a cinco cuadras del Cementerio por 150 pesos.

—Creemos en la resurrección Jesús, no nos vayas a dejar votados —dijo el venezolano desde el asiento del copiloto cuando se percató que a lo lejos quedaba la ciudad de Oaxaca. Las carcajadas llegaron después con un tufo de miedo. Todos los compañeros se voltean a mirar con el rabo del ojo con una sonrisa cómplice como considerando un poco la posibilidad de salir pasadas las dos de la mañana, de un cementerio local desconocido, sin transporte seguro de vuelta al hotel. Victoria fue la última en parar de reírse.

Jesús dio vuelta a menos de cinco cuadras antes de llegar al panteón. Se bajaron uno, dos, tres, cuatro, los cinco ocupantes.

—Aquí mismo los espero señorita, recuerde el número de mi taxi soy el 038 para que no se vayan a subir en otro —la colombiana entregó un billete de cien, las puertas se cerraron.

Al pasar la entrada principal del panteón de Xoxo, como le dicen de manera abreviada, cariñosa, los habitantes de Oaxaca al cementerio, la mirada de Victoria se pierde en la flores de cempasúchil amarillas, moradas, las velas encendidas, festones con dibujos de calaveras alrededor de las lápidas, disfraces fúnebres alegóricos a la muerte. Victoria toma la primer fotografía a un hombre vestido con túnica negra hasta el piso, le pone tres pesos en una alcancía y sigue caminando.

Ahora el turno es para Amor Eterno de Rocío Durcal.

“Tarde o temprano estaré contigo para seguirte amando…” canta un trío con sombreros de paja y botas puntiagudas que se hacen llamar Los Santos, cobran treinta pesos por canción y con suerte, terminarán la noche con mil 500 pesos. “Son los mejores días” dice el cantante al terminar la tonada.

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Victoria mueve la cabeza de un lado al otro entretenida con al contemplar la escena entre la vida y la muerte. Aprieta el obturador de la cámara obsoleta, la mayoría de las fotos quedan oscuras, no se ve nada. Camina intentando esquivar las protuberancias de tierra que sobresalen en el camino como una especie de cama individual donde podrías descansar para siempre. Se topa con tres varones que toman mezcal al pie de su difunto, tres pasos más y se topa con Lupe, Lupita, Guadalupe, una mujer de cincuenta y tantos que ha construido un altar lleno de luz para su hijo muerto por leucemia.

Esto es alucinante…

alucinante…

alucinante…

de verdad es alucinante.

La cámara y su nuevo intento por capturar el instante. La toma oscura, oscura como la noche.

Como diría Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad, para el habitante de Nueva York, París o Londres, la muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. En Oaxaca, en cambio, a la muerte se la frecuenta, se burla, la acarician, duermen con ella, comen con ellos, se le festeja; es uno de sus juguetes favoritos.

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Festejar a los difuntos es una tradición milenaria. Pueblos indígenas como XoXo en Oaxaca, reciben a sus muertos con caravanas sobre la calle de Hidalgo, cargan la figura de la muerte en brazos, le bailan banda, también canciones norteñas. Fabrican caminos tupidos de flores amarillas, cocinan para todos los que lleguen a convivir con sus difuntos, se pintan la cara. Lo que para muchos extranjeros como Victoria podría ser un acto ceremonial que se mira a lo lejos, para el mexicano tradicional es una fiesta.

Dos con diez minutos, mañana de domingo. Victoria sale por la puerta trasera para dar a una calle donde venden tamales, esquites, mazorcas, mezcal, discos piratas, juegos infantiles, refrescos, hamburguesas, perros calientes, empanadas, tasajos, ponche caliente, atole.

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Al fondo un carrusel desocupado al que Victoria llama ‘calecita` da vueltas velozmente una y otra vez. En la esquina una peluquería con cortes al rape, media cabeza pelada, media con pelo. Ocho varones fumando, rapeando, bailando. Los cinco extranjeros intentan descubrir el número 038 en los taxis que deambulan, uno se pone en la mitad de la calle, otro intenta de manera fallida poner la mano a un taxi ocupado, Victoria busca cambio en su mochila atravesada. Han pasado 23 minutos de la hora acordada, la calle en movimiento, los mototaxis llevando y trayendo pero no, Jesús no regresó.

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*Para Victoria, Willy, Jennifer, José Luís y Lupe.

Publicado el 2 noviembre,2015 Por: admin

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