El Clan de los Doce Apóstoles

Publicado el 4 marzo,2016 Por:

Santiago Uribe Vélez, hermano del ex Presidente de Colombia Alvaro Uribe Vélez, podría pasar sus últimos días en prisión acusado de haber encabezado una organización paramilitar dedicada a hacer “limpieza social” a principios de los años 90.

El capítulo Cien Días en Yarumal del libro El Clan de los Doce Apóstoles de la periodista colombiana Olga Behar, resulta clave para comprender los delitos de los cuales es acusado el hermano incómodo del hoy Senador de la República.

En este fragmento del texto, Juan Carlos Meneses, mayor retirado de la Policía de Antioquia da testimonio del día en que Santiago Uribe le confió la intensión de matar a chofer de autobús acusado de colaborar con la guerrilla.


ix

Los primeros días fueron tranquilos; el cambio de man­do en el Comando de Yarumal y la despedida del capi­tán Benavides tuvieron ocupado al teniente Juan Carlos Meneses.

Pasarían varios días para que su superior, el co­ronel Alberto Rodríguez Camargo, comandante del Departamento de Policía de Antioquia, hiciera la primera anotación en el Folio de Vida del oficial.

El 11 de febrero se abrió el Formulario 3­Fv, sim­plemente por cumplir el requisito; el 28 de febrero, el coronel Rodríguez hizo la primera anotación:

ANOTACIÓN POSITIVA: ha mostrado una buena aptitud para realizar operativos con el objeto de neutralizar las bandas de delincuentes dedicadas a asaltar el peaje de Llanos de Cuivá, y de algunas fincas rura­les. De igual manera con inteligencia logró la super­visión y control del personal bajo su mando, verifi­cando el desarrollo de las actividades que cada uno de ellos cumple.

Según el informe oficial, todo marchaba sobre ruedas. Pero las ejecuciones extrajudiciales continuaban. El 1 de marzo cayó Omar Aristides Fernández y cuatro días después sucedieron los hechos que cambiaron para siem­pre la vida del teniente Meneses: Jorge Quintero Olarte y su hijo Jhon Jairo Quintero Zapata fueron asesinados.

***

JUAN CARLOS MENESES

«Horas antes, Santiago me llama y me dice:
—Venga Meneses, vamos a armar un operativo contra un extorsionador al que le tiene que entregar una plata un amigo, el dueño del restaurante Las Rocas, en Yarumal, entonces colabóremele.

—Tranquilo, hágale.

»Yo fui y le recibí la declaración al hombre, me dijo: “Sí, a mí me toca entregar una plata, me están extor­sionando”. Entonces lo mismo, armé el operativo con la gente de la sijín: Amaya, Rodrigo, Pelo de Chonta, porque ya se unían los que manejaban la parte urbana a los de la parte rural cuando iban a algún operativo para hacer grupo e ir a cometer sus asesinatos. Salieron a la entrega del dinero a la parte rural; cuando fueron a entregarlo, dan de baja a un extorsionista, a la persona que fue a re­cibir el dinero y otro se les vuela. Yo rendí un informe a la Policía dando un resultado positivo, porque habíamos dado de baja a una persona que estaba extorsionando a un comerciante. Pero obvio que había sido la Policía, pero en colaboración con el grupo de Los Doce Apóstoles. Y al sujeto que se vuela de la extorsión, el grupo lo ubica en una finca que se llama La Sirena. Entonces Amaya llega y me dice:

—Venga, mi teniente, lo que pasa es que ya sabe­mos dónde está la persona de la extorsión que se nos voló.

—Pues si está ubicado, vayan y lo capturan.

»Era un procedimiento legal, porque si estaban extorsionando al comerciante y lo habían pillado, la lógi­ca era que fueran a capturarlo. Amaya armó el operativo pero, la verdad, yo nunca me imaginé que tenían pen­sado hacer una masacre; yo cómo los iba a mandar a masacrar, porque iban a una finca y había posibilidades de que hubiera otros civiles. Y preciso que ahí había niño. Amaya se va con la gente de Santiago y van es a matarlo directamente, lo asesinan a él y a su papá: el papá y el hijo. Entonces es cuando se da el problema del fusil que se lleva Amaya. Afortunadamente, cuando lo interrogan, Amaya me salva y dice la verdad porque a él le pregun­ tan: “¿El teniente Meneses estuvo allá?”. Y él contesta: “No, el teniente nunca fue”. Ahí es donde viene el pro­blema de lo de las vainillas del fusil y hay un escándalo a nivel policial, por lo de los niños que resultan heridos. Además que yo rindo un informe diciendo de que son las FARC y que viajaron encapuchados».

***

Todo sucedió en la vereda Ventanas, perteneciente a la jurisdicción del teniente Meneses. Hasta allí llegó la ins­pectora de Policía, Martha Lidia Arango, para hacer el levantamiento de dos cadáveres. Eran las diez y media de la mañana cuando la funcionaria y su secretaria se toparon con el primer cadáver, el de un hombre joven, que yacía en el patio de una casita campesina. Estaba descalzo y sin camisa. Evidentemente, había intentado huir en medio de la noche, cuando fue despertado por la violencia de sus asesinos. Eran visibles los orificios que habían hecho las balas al penetrar su cuerpo, el más im­presionante de ellos, el que le estalló el ojo izquierdo. A una distancia aproximada de metro y medio, estaba ti­rado el otro muerto, según la inspectora, de unos cin­cuenta años. También encontraron trece vainillas, siete de ellas de fusil. Las funcionarias registraron el hallazgo de varias prendas camufladas y otras verdes, sin aventurar ninguna explicación.

Dos días más tarde, la señora María Lucía Olarte decidió ir a relatar la historia de lo que había sucedido. Aunque no albergaba esperanza alguna, porque era sa­ bido en Yarumal que ningún crimen se esclarecía, tenía que intentarlo por el recuerdo de su esposo Jorge y de su hijo Jhon Jairo. Éste fue su escalofriante relato:

Estábamos acostados cuando oí un tiro, entonces yo le dije a mi esposo: «Ay mijo, oí un tiro y es por aquí cerquita». Los perros estaban latiendo mucho, entonces mi esposo me dijo: «Mija, tirémonos al sue­lo». Entonces yo le contesté: «Ya no tenemos esca­patoria, ya nos van a matar». Entonces llegaron ahí mismo y nos gritaron que saliéramos todos para afue­ra (sic), que si no salíamos, entonces nos tiraban una granada. Entonces todos salimos, nos dijeron que saliéramos todos con las manos arriba, que saliéramos rendidos (sic). Entonces mi esposo se arrodilló y les dijo que no lo mataran, que se fijaran que había muchos niños pequeños, entonces esas súplicas no nos valió, enseguida los mataron a todos dos… (sic)

Los cinco niños, que lloraban aterrorizados, lo observa­ron todo. De ellos, tres fueron heridos, aparentemente por balas disparadas al azar.

A María Lucía la amenazaron: «A mí me dijeron: “Entregue las armas o sino también usted se muere”. Yo le dije: “Aquí no hay armas, lo único que tenemos es una escopeta”, y se la llevaron».

De esta manera continuó con su relato: «No sé quiénes son. Ellos estaban encapuchados y no les vi la ropa porque estaba muy oscuro». Después de cometer el doble crimen, los asesinos entraron a la casa y causaron destrozos. Antes de irse, le ordenaron a María Lucía que no saliera, razón por la cual tuvo que esperar, con los niños desangrándose, hasta que amaneció. Fue cuando pudo llevarlos al hospital.

Poco a poco se fueron conociendo algunos deta­ lles: que eran seis hombres, que llevaban puestas botas militares, que dijeron ser de las FARC. Y en las vainillas que recogió la pequeña que sobrevivió pareció intuirse la cla­ve del asunto: «Los que mataron a mi esposo y a mi hi­jo eran encapuchados de negro, ellos tenían armas lar­gas y cortas y la niña recogió del suelo cuando fueron al levantamiento, unas balas como largas, cápsulas largas, eran como armas de las que usan los soldados».

Pasarían varios meses antes de que se estableciera que el fusil utilizado para cometer estos crímenes era el Galil calibre 7.62 mm, número 8-92543, que había sido asig­nado como dotación del teniente Meneses, comandante de la Policía en Yarumal.

Pero, al contrario de lo que se descubriría, Me­neses habría escrito un informe al alcalde de la ciudad en el que señaló: «Se tuvo conocimiento que por atentado de los subversivos fue muerto el señor JORGE QUINTERO ZAPATA (…) y JAVIER QUINTERO OLARTE (…) hijo del antes mencionado (…). Según informaciones fueron sacados de sus residencias por un grupo de seis hombres aproxi­madamente, quienes dijeron pertenecer al Frente 36 de las FARC, y posteriormente causándoles la muerte por impactos de arma de fuego». Lejos estaba este informe de la verdad de lo que allí había sucedido.

Varios meses después, un testigo bajo reserva de identidad, identificado tan sólo como 002 (que se sospecha era el propio escolta del comandante de la Policía de Yarumal, Alexander Amaya), dio su versión. El interro­gado aseguró que entre los integrantes del grupo de Los Doce Apóstoles estaban los Palacio,

(…) que tienen una carnicería en la Calle Caliente y tienen un estadero de Yarumal para arriba que se llama Las Piedras, o Las Rocas, que inclusive a esos señores los estaban extorsionando (sic), les estaban pidiendo una suma de cuatro millones de pesos…

Entonces los Palacios se comunicaron con el coman­dante de la Policía de Yarumal (Juan Carlos Mene­ses) y le mostraron las boletas de extorsión, enton­ces el comandante coordinó con Rodrigo. Entonces Rodrigo coordinó el operativo con Dayron y con Pelusa, y el comandante les prestó dos fusiles Galil y una subametralladora mini Uzi, entonces la plata la quedaron de entregar por intermedio del admi­nistrador de la finca La Sirena que se llama Antonio Mazo (sic). Entonces en el operativo le dieron de baja a un extorsionista que vivía en Ventanas y que era yerno de Jorge Quintero. Entonces en la huida se voló otro muchacho y a los dos días ubicaron la casa del muchacho que se había volado de allá de La Sirena. La casa era en Ventanas y en la noche le dieron muerte a ese muchacho y al papá, que se lla­ maba Jorge Quintero. Entonces ellos posteriormente, o sea los Palacios, le pagaron a Rodrigo y al comandante de la Policía por el trabajo, y luego lo que pasó en la finca La Sirena lo dieron como operativo de la Policía a pesar de que ellos no fueron (sic).

Los días siguieron pasando. El 11 de marzo, y sin que si­ quiera se mencionara la masacre de Ventanas, Meneses recibió una felicitación:

El Comando del depto. le concede una felicitación especial por la forma como viene desempeñándose y realizando operativos que dejan en alto el nombre de la institución policial, igualmente contrarrestando la delincuencia que en esta área se presenta, como también haciendo frente a grupos subversivos que hacen presencia en su jurisdicción.

Pero no era suficiente con este reconocimiento. Ese mismo día recibió otro más:

El Comando del depto. le concede una felicitación especial por su interés e iniciativa y empeño en el cumplimiento de las órdenes, al haber logrado ser el primer comandante de zona en cumplir con la pintura de los vehículos, de acuerdo a la orden de la DIPON…

El jefe departamental omitió informar que las radiopatru­llas fueron pintadas de blanco y verde con el dinero que en el mes de febrero de 1994, Santiago Uribe ordenó que le entregaran a Meneses en una reunión en la hacienda La Carolina, como lo indica el testigo 002, entrevistado por la Fiscalía el 7 de junio de 1996: «El otro punto fue que al teniente Meneses le dieron una plata para pintar las patrullas de Yarumal, que eran de color blanco y negro, para cambiarlas por blanco y verde y el aporte que tenía que dar la Policía era prestarle armamento, fusiles Galil y personal, de los que el teniente considerara serios…».

Según 002, el anfitrión de ese encuentro fue Uribe y asistieron Pelo de Chonta y Rodrigo, es decir, los su­ puestos encargados de los frentes urbano y rural del gru­po paramilitar, así como el financista Álvaro Vásquez y el padre Palacio. Este último siempre ha negado haber participado en ese encuentro.

El propio Meneses confiesa hoy que ese dinero le fue suministrado en la hacienda La Carolina como una muestra de confianza ante la buena colaboración en los operativos de Los Doce Apóstoles, gestión que fue com­ plementada con un tour especial por la hermosa finca:

«La tercera reunión que me hace Santiago en la hacien­ da La Carolina coincidió con una situación especial: que la Policía Nacional en esa época nos llama a todos los co­mandantes y dice: “Hay que cambiar de color los vehícu­los de la Policía (porque los vehículos, motocicletas, cam­peros y camiones, eran de color blanco y negro), ya no va a ser negro y blanco sino verde y blanco, entonces ustedes como comandantes gestionen ante el comercio, ante los amigos, para que ustedes adquieran esos dine­ros, porque la Policía no tiene dinero a nivel nacional, hay que pintar los vehículos”. Yo viajo a la hacienda La Carolina me reúno con Santiago, le digo:

—Vea Santiago, hay esta situación especial, her­ mano. Me ordenan pintar los carros y usted sabe que yo no tengo plata.

—No se preocupe teniente, que yo le doy toda esa plata para que usted pinte todos sus carros y usted quede bien.

»Incluso, yo fui el primero que rendí el informe con fotografías de los carros ya pintados con los nuevos logos verdes con blanco, esa plata me la entrega Santiago y con eso pinto yo los vehículos de la Policía Nacional, fui el primero en Antioquia en pintar esos vehículos, por el apoyo de él. El día que me entrega la plata de la pin­tada de los carros, él me lleva a conocer la finca, me dice:

—Meneses, usted me ha servido mucho, me ha colaborado, hermano, y yo le voy a colaborar. Venga va­mos y damos un paseo por la finca y le muestro mi finca.

»Cuando nosotros nos vamos a la parte de atrás de la finca, ellos tienen una plaza de toros pequeña porque, en esa finca, ellos crían toros de lidia para el toreo:

—Mire, éste es el burladero que tenemos noso­tros, una pequeña plaza, aquí nosotros practicamos con los toros, los toreros y con los caballos también el rejoneo.

»Me muestra también detrás de la plaza de toros, tienen una pista de entrenamiento para paramilitares, él me dice:

—Mire, aquí es donde yo entreno mis muchachos».

Con seguridad entretenido con el tema de los vehículos, el comandante de Antioquia no tuvo en cuenta que en esos mismos días se presentó un grave hecho: el conduc­tor de un bus interurbano fue asesinado mientras ma­nejaba el vehículo lo cual era, no sólo la comisión de un crimen, sino un acto inconsciente con más de una do­cena de pasajeros que experimentaron con estupor el peligro de morir al quedar en medio de ese peligroso ca­mino. Así recuerda Meneses este episodio:

«Había un muchacho nuevo que había llegado de Mede­llín y Rodrigo me había dicho que lo iban a poner a tra­bajar en el grupo, lo iban a incorporar y que el primer trabajo que iba a hacer, o sea el primer asesinato que iba a causar, era contra un supuesto colaborador de la gue­rrilla. Rodrigo me dice:

—A este muchacho lo vamos a poner a ejecutar a esta persona que le colabora a la guerrilla.

»Entonces yo le dije que esperara, que yo mejor hablaba primero con Santiago; Santiago me manda a llamar:

—Vea, Meneses, hay una situación especial, co­labóreme con este muchacho, que Rodrigo me dice que es muy bueno. Lo vamos a incorporar al grupo, vamos a causar un asesinato contra una persona que es recono­cida, es guerrillero, se llama Camilo Barrientos. Él es con­ductor de un carro escalera, ya lo tenemos identificado como la persona que le lleva los víveres a la guerrilla, que les suministra todo, es la persona que nos tiene fregados. Es que tenemos que acabar con la guerrilla aquí y éste es cabeza visible de este grupo guerrillero.

—Ah, listo hermano, hágale, no hay problema.

»Entonces el carro escalera salió de Yarumal hacia Campamento y cometen el asesinato, a Barrientos lo ase­sinan. Fue así: el asesino se sube a la chiva, era ese mu­chacho que le digo que lo habían traído de Medellín. Él se sube en Yarumal y se hace detrás del conductor. Ade­más, hay una moto que va detrás de la chiva. Barrientos alcanza a manejar como unos dos o tres kilómetros ha­cia Campamento y la chiva se detiene para algo, enton­ces el sicario se pone de pie y por detrás pam, le dispara, y la moto lo recoge y se pierden. Ahí muere Camilo y es cuando se revela que el hombre había ido a la Procu­raduría unos días antes y había denunciado que lo iban a matar, había asegurado que existía una lista en la cual figuraba su nombre. Según Santiago, el hombre era el que le llevaba a la guerrilla todas las provisiones, todo lo que necesitaban en el monte, las botas, los alimentos. Por eso decía que había que eliminarlo».

Cinco días después, el coronel quiso exaltar aún más la labor del teniente, haciendo caso omiso de su res­ ponsabilidad en el asunto Barrientos:

ANOTACIÓN POSITIVA: Sus actividades en la lucha con­ tra el problema de la drogadicción y la buena utiliza­ ción del recurso humano hacen que obtenga buenos resultados logrando la retención de tres individuos a quienes les incautó 500 gramos de marihuana.

Por esos días, hubo un hecho que confirmaba ese pro­ceder irregular que no era mencionado de manera oficial. Así lo recuerda Meneses:

«Alguien obtiene una información según la cual unos de­ lincuentes van a atracar un peaje, que lo van a ir a asal­tar. El peaje es el que hay a la salida del pueblo, donde los vehículos que transitan por la carretera pagan una cuota. Entonces yo, lo que le digo a Amaya y a los de la sijín es:

—Coordinen, vayan a hacer el operativo, no hay problema.

»Entonces ellos se arman, organizan su operati­vo, se esconden en el peaje y efectivamente llegan a atracarlo. La gente que estaba allí agazapada, que eran de la sijín, Amaya y del grupo de Santiago (sic), dan de baja dos delincuentes. Eso se dio como positivo de la Policía. Ya las cosas empiezan a marchar».

A finales del mes de marzo –el día 31–, Rodríguez Ca­margo emitió el siguiente concepto sobre Meneses: «Es un oficial que muestra capacidad para medir los resulta­dos del trabajo planeado mediante la determinación de sistemas de vigilancia e información, instrucciones que imparte, logrando con esto una operatividad con resulta­dos positivos. No obstante lo anterior, debe buscar estra­tegias para contrarrestar algunos delitos de lesiones per­sonales y homicidios que se le han presentado en la zona urbana del municipio».

Recomendación que el propio coronel sabía que Meneses no podría cumplir si se quería garantizar la ope­ ratividad del núcleo urbano de Los Doce Apóstoles. ¿Có­mo «contrarrestar» los homicidios sin hacer operativos que condujeran a la captura de los sicarios, entrenados y fi­nanciados por los Apóstoles? Rodríguez y Meneses sabían que todo lo escrito era letra muerta.

Tres días después, el acucioso comandante de An­tioquia volvió a reconocer la labor de su subalterno:

ANOTACIÓN POSITIVA: Continúa la lucha constante para erradicar la venta y consumo de estupefacientes, lo­ grando la retención de un individuo a quien se le incautó 80 gramos de bazuco listos para el expendio.

Como no todo podía ser felicitación y zalamería, el 4 de abril hizo una

ANOTACIÓN NEGATIVA: El Comando del depto. le re­cuerda la obligación permanente de investigar todo homicidio en la zona rural y especialmente en los urbanos (sic). La institución no puede estar en tela de juicio por omisión de nuestras obligaciones consa­gradas en el Artículo 218 de la Constitución Nacional.

El 6 de abril, el coronel hizo una anotacion negativa, lue­go de un incidente que se presentó en la cárcel, cuando un preso dio muerte a otro de los reclusos: «El Comando del depto. le hace la observación de pasar revista más cons­tantemente a estas instalaciones, inspeccionando minu­ciosamente cada uno de los alojamientos y dormitorios…».

Dos días después de esta anotación, el 8 de abril de 1994, sucedió un hecho que hubiera merecido al me­nos una mención en la hoja de vida de Meneses: la parte baja de la edificación donde funcionaba el Comando de Policía de Yarumal fue allanada por la Fiscalía y el DAS. Aunque, técnicamente, el registro judicial fue contra un particular, se comprobó la vinculación entre los dos es­pacios físicos, al hallarse una puerta que permitía acce­der a la habitación del jefe de la Policía desde el cuarto que ocupaba Rodrigo. Además, los investigadores solici­taron al teniente Meneses el listado del armamento asig­nado al comando. Estos hechos ameritaban que el diná­mico coronel hubiera escrito al menos un párrafo en el historial. Pero nunca hizo referencia al hecho de que allí, en las narices de la Policía, el jefe paramilitar conocido tuviera su búnker.

Así lo reconoce el propio Meneses:

«En Yarumal la topografía es montañosa, entonces las ca­sas tienen una parte baja que sigue la continuidad de las calles inclinadas; al comando entra uno por arriba, lo que sería un primer piso, pero debajo hay un almacencito, y ese almacencito lo había alquilado Álvaro Vásquez en la época en que Benavides era el comandante. Vásquez era el financista del grupo paramilitar y él lo alquiló para que Rodrigo, que era la mano derecha de Santiago, tuviera comunicación con el comandante de la Policía, porque ese cuarto comunicaba directamente con la pieza del co­mandante por una puertica, por la parte de atrás. Cuan­do yo le recibí el mando a Benavides, ya funcionaba esa comunicación entre las dos habitaciones.

»A los tres meses de estar yo en Yarumal, la cosa se calentó y la Fiscalía llegó con el DAS a allanar ese cuarto. Allanan el cuarto que queda en la parte baja de donde estaba ubicado el Comando de la Policía, y allí encontra­ron la documentación de Rodrigo, también encontraron uniformes, botas, unas hamacas, un poco de gorras, ropa negra, pero armas no».

Cuando aún no se reponían del golpe que significaba ese registro, el 10 de abril, el comandante de Antioquia hizo una anotación positiva por la captura de un hombre que lesionó con arma blanca a otro para robarle $60.000. Del allanamiento, ni una palabra.

El 15 de abril destacó «(…) su interés por la inves­ tigación criminal y la frecuente colaboración con las au­ toridades judiciales hacen que obtenga resultados, como la captura de un individuo solicitado por la Fiscalía de Yarumal, sindicado de peculado. De igual forma la re­tención de un individuo mediante allanamiento a inmue­ble, se le decomisó 14 rollos de tela por valor de 5 millo­nes de pesos (sic), que habían sido hurtados el 210294 a un camión súper brigadier que cubría esa ruta».

Y así siguieron las exaltaciones hasta el 26 de abril, cuando la anotación positiva se refirió a que: «La aplica­ ción esporádica del plan desarme e identificación de per­sonas le permiten obtener resultados como la retención de un individuo a quien se le decomisó pistola Prieto Beretta calibre 7.65, con la que momentos antes lesionó a un par­ticular. Por otra parte logró la retención de otro individuo a quien se le decomisó 60 gramos de bazuco y 50 de ma­rihuana, logrando así mismo la inmovilización del vehículo Renault 9 de placas ti 074».

***

JUAN CARLOS MENESES:

«Bueno, regresemos a mi historia en Yarumal. ¿Cuál fue el problema que yo tuve? Una muerte que sucedió ahí, a mí me dijeron vamos a darle a un guerrillero que está en el terminal de transportes. Nuestra cooperación con­sistía en que yo no permitiera que la Policía saliera a reac­cionar, porque yo sabía que el grupo de Santiago iba a matar a ese guerrillero. Yo hablo con Rodrigo, quien me explica:

—Vamos a hacer este trabajo, colabóreme por­ que va a ser cerquita a la Policía.

—Uy hermano, no.

—Es que es la única oportunidad porque va a es­ tar allí, en el terminal de transportes (sic).

—Entonces listo, yo guardo a la Policía.

»El terminal (sic) queda a tres cuadras del coman­ do y resulta que el tipo se da cuenta de que lo van a ma­tar y arranca a correr para el comando. Cuando nosotros escuchamos los tiros, los oímos prácticamente en el co­mando, ahí cerquita, y lo asesinan casi a una cuadra; en­tonces los policías empiezan:

—Salgamos.
»Y yo:
—Espere, espere que de pronto es un “cazabobos”. »Pero uno de los agentes insiste:
—No, no, salgamos.
—No, que nos están picando, para que salgamos, de pronto nos matan.

»No era difícil entender que en un pueblo con tan­ta confrontación, la Policía prefiriera quedarse resguardada que arriesgarse a salir. Ya cuando todo terminó, salimos, encontramos al tipo muerto, apenas a unos pasos del Co­mando de la Policía. Los noticieros se enteraron. ¿Qué hizo el noticiero ntc Noticias, de Daniel Coronell? Allá lle­garon el periodista y el camarógrafo, mostraron la sangre del muerto y al Comando de la Policía ahí cerquita, resal­taban que la Policía no reaccionó, no hizo nada. Y era porque teníamos ese convenio con Santiago, de no repri­mir al grupo, de dejarlo actuar y salir cuando ya las co­sas las habían hecho. Eso fue un escándalo, dice: “Miren, aquí está la sangre de esta persona, y aquí está el Co­mando de la Policía y la Policía no hizo nada”. Nos dieron muy duro.

»Ese es el comienzo del fin para mí. El caso se destapa y empiezan a tomar fuerza los rumores de que la inoperancia de la Policía no es por falta de capacidad».

El 1 de mayo de 1994, por fin se notó un cambio radical en el diario del oficial. En un escueto párrafo, Rodríguez escribió: «Traslado: en la fecha sale trasladado de la es­tación Yarumal para el grupo de apoyo y reacción rural como comandante de citado grupo».

Así terminaba, en forma atropellada, el fugaz paso del teniente Juan Carlos Meneses Quintero por la población de Yarumal.


Fotografía: capilla -yarumal por Carlos Tobón Franco Cc Licensed CC BY SA 2.0

Publicado el 4 marzo,2016 Por:

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