Ciudad Juárez apuesta por la paz

Publicado el 1 febrero,2016 Por: Mauricio Suarez

Por Margarita Solano, Enviada Especial

Enero de 2016. —Estamos próximos aterrizar al Aeropuerto Internacional Abraham González de Ciudad Juárez, Chihuahua— Son las 9:30 de una mañana de domingo donde una chamarra, guantes y gorro afelpado, son los aliados del invierno.

Un militar fornido amable, mira a los ojos, revisa maletas al azar, da la bienvenida. Hace cinco años, miles de ellos custodiaban Ciudad Juárez para hacerle frente a la delincuencia organizada que convertiría a la ciudad fronteriza en la más violenta del mundo: 3 mil asesinatos. Los pocos soldados hoy se ven desde el aeropuerto, un centro comercial, una que otra calle. La imagen de un centenar de hombres en tanques de guerra con ametralladoras se ha marchado. En su lugar, dos mil policías municipales con cientos de mujeres, se capacitan para concluir la secundaria, luchan por un título universitario.

Pasando la Avenida Insurgentes, una muchacha se frota las manos mientras espera el verde. Del lado derecho, una camioneta deja la ventana abierta para que un perro saque la cabeza. En el pasado oscuro de Ciudad Juárez, ningún automovilista miraba a los ojos a otro conductor, el claxon no se oprimía para rebasar, así murieron cientos. Mantener la mirada fija en el horizonte sin voltear a nadie, era una especie de código de protección en una ciudad que se desangraba por una guerra frontal entre el Cártel de Juárez y el de Sinaloa.

En el pasado, Juárez perdió. Un hijo, un primo, un amigo, un hermano.

A Cindy, una policía de 35 años, la delincuencia le quitó una amiga, también policía municipal. Su cuerpo quedó tendido junto a la patrulla que hoy conduce. Ese mismo año, El Mix un pandillero, se debatía entre la vida y la muerte después de 118 puñaladas y en Villas de Salvárcar  le avisan a una mamá que su hijo ha sido masacrado.

Hubo un año en el que nadie quería visitar Ciudad Juárez, parecía que el mundo giraba al revés. Las maestras con miedo de los alumnos, los alumnos sicarios, policías que vinculados con redes de explotación de mujeres, fue el 2010, donde el alcalde de la ciudad vivía en Estados Unidos y no en la población que gobernaba.

En palabras de César Omar Muñóz, el hombre frente a la Secretaría de Seguridad Pública municipal, en esa época —más de mil delincuentes pusieron de rodillas a 5 millones de chihuahuenses, de ese tamaño era el calibre de perversidad de estos hombres— cuenta el hombre de saco negro en una oficina donde San Judas Tadeo es escoltado con dos veladoras.

Las distancias en la ciudad más habitada de Chihuahua son extensas, secas, polvosas. Los Yonkees, donde se compran autos chocados y venden autopartes, reabren sus puertas en terrenos donde antes reposaban esqueléticas construcciones abandonadas por no pagar las cuotas de extorsión al narcotráfico. Con la misma suerte corrieron gasolineras, bares, restaurantes.

Hoy el centro es una fiesta. Almacenes que venden botas, bufandas, suéteres, guantes, sacan bocinas a la puerta, se mezcla en el ambiente un reguetón, una canción de banda norteña, una salsa del más allá. Parece una fiesta vecinal donde los microempresarios compiten con canciones pegajosas para avivar las ventas. De frente un letrero rojo de Yo amo a Juarez, refugio de uno que otro indigente que se echa una siesta mientras un par se montan en sus letras, se toman la fotografía de tradición con la catedral de fondo, la fuente en el parque y una paloma blanca extiende sus alas. Al fondo está Francisco I, sí, la imagen del Papa, próximo invitado especial de la ciudad. En la silueta de cartón, cualquiera puede hacerse al lado y ver como el santo pontífice te abraza en una mañana de invierno. Dentro de la carpa blanca, un libro del mismo color espera el mensaje de tres sesentonas.

—Querido Papa Francisco, su visita alegrará los corazones de tantos fieles olvidados. Ciudad Juárez necesita su plegaria para sanar las heridas de una sociedad doliente — Teresa. Once mil fieles han puesto un mensaje en tres libros que deambulan por el centro, las escuelas, oficinas y zonas marginales de Juárez. Cuando Bergoglio se despida de la ciudad, llevará entre sus manos los libros blancos.

 

Juárez sana sus heridas.

El congreso estatal de Chihuahua reformó 220 leyes,  les cambió la jugada a los delincuentes. Desde hace dos años, una treintena de secuestradores, cientos de extorsionadores y una veintena de asesinos de la ciudad adoptiva de Juan Gabriel, tienen prisión vitalicia. De 3 mil homicidios en el 2010, el 2015 cerró con 311. De 76 secuestros se erradicó el delito. De 93 extorsiones hace cinco años, ahora se registran cinco.

Cuenta Javier González Mocken, a un mes de tomar protesta como alcalde de Ciudad Juárez, que en estos cinco años en Ciudad Juárez —se hicieron reformas importantes en el sistema penitenciario que era el centro de operaciones de grupos delincuenciales, se inició una intensa actividad del gobierno y desde la misma sociedad en recuperar sus espacios públicos para que los niños salieran a jugar a los parques, se detuvieron varias bandas de secuestradores, asesinos, extorsionadores— Su antecesor, Enrique Serrano Escobar —quien orquestó la mayoría de las transformaciones de la ciudad fronteriza desde que era Diputado Federal en el 2009— hoy tiene licencia para competir por la grande, quiere ser el próximo gobernador de Chihuahua, una silla que en el 2010 era impensable para un edil que gobernaba la entonces ciudad más violenta del mundo.


Los piquetes de El Mix

En el argot criminal, El Mix está curado, rezado, protegido, bendito o simplemente tiene más vidas que un gato. La primera vez que intentaron asesinarlo en una riña callejera a punta de pata y puño por parte de la pandilla contraria, logró escabullirse y refugiarse en los puentes de Ciudad Juárez —con una botella de tequila, la billetera llena y un celular, era más que suficiente— sonríe, se acomoda la boina… fue un pandillero.

El Mix lanza una carcajada mientras mientras posa para la foto

El muchacho de tez morena y mirada pícara, sonríe hasta en sus peores momentos. Viste como cholo: pantalones tres tallas más grandes, tenis desbordados, saluda sacando el índice y el pulgar de la derecha, la misma mano con la que fue capaz de sostener un arma.

Una noche El Mix no volvió a casa, lo querían matar. Una noche se abrazó a la almohada de una amiga coqueta que pudo esconderlo; otra más, en casa de un cuate de la prepa donde vendían marihuana y crack al menudeo. Cuando era necesario extorsionaba a los profesores de matemáticas por una calificación superior y el resto de las noches, caminaba intoxicado por alcohol hasta encontrar un puente alejado de los enemigos.

La tercera es la vencida.

Se sintió tranquilo cuando logró que Diego, un compa de la escuela, le diera trabajo cuidando su casa. Tendría techo y comida como parte del pago. Habían pasado dos años de la última riña, comenzaba a ganarse la vida cuidando un bien ajeno, dormía caliente, pero era 10 de mayo de 2010 y a los 20 años todo es motivo para celebrar.

Día de la Madre.

Agarró la fiesta desde temprano y a las dos de la mañana sonaron dos golpes a la puerta.

—Ha de ser tu hermano Diego, ¿le abres wey?— El Mix está soñoliento con tufo de tequila. Un grito ensordecedor levantó a El Mix de un salto al piso. Diego recibió un cuchillo de frente en el esternón, quedó tendido en la puerta; iban por El Mix. 

Lo que pasó con El Mix después, es un guión de película aun no escrito por Tarantino. Un cuchillo cebollero le rebana el cuello mientras cinco hombres con el rostro visible le hacen 118 piquetes de los pies a la cabeza y lo avientan en un sofá moribundo. Los flashes de las cámaras fotográficas de los peritos y reporteros que lo daban por muerto fueron su último recuerdo. 11 de mayo, un titular de prensa en la que hasta entonces era la ciudad más violenta del mundo, Ciudad Juárez, Chihuahua resumió su odisea:

“Día negro. mueren nueve, sobrevive uno”.

***

—Yo trabajaba en un circo ambulante antes de estar aquí, cuidaba un tigre bien grande, le daba de comer, lo ayudaba a bañar, pero un día el tigre se escapó y tenía que detenerlo, peleamos tanto que miren cómo me dejó, todo lleno de arañazos— entonces muestra la cabeza a un público que no supera los ocho años de edad. El más chico está impresionado con la anécdota y toca el cráneo inclinado para sentir de cerca las garras del felino ancladas en El Mix.

Las huellas de 118 piquetes las trae en el cuello, cabeza, todo el cuerpo
El Mix lleva en su piel las huellas de la violencia, 118 cicatrices.

La historia la inventó un año después de sobrevivir al —día que más miedo tuve en toda mi vida— cuando aceptó ir a CASA, un Centro de Integración Juvenil que busca a través de talleres de serigrafía, grafiti, música y actividad física, rescatar a niños y jóvenes de Ciudad Juárez en situación de riesgo.

Tomó un curso de rap, un poco de baile, clases de guitarra, aprendió a pintar camisas que podía vender, dibujó decenas de grafitis artísticos, dejó el alcohol, las armas, se casó, tiene dos hijos propios y cientos heredados. Se volvió en el instructor de niños que él nunca tuvo.

Sólo  entonces se vio obligado a buscar una respuesta para  los niños curiosos que con asombro, tocaban alguna de sus 116 cicatrices. ¿Cómo explicarles a unos niños que otros hombre lo quiso matar?

Es enero de 2016 y han pasado cinco años desde el día en que El Mix agonizaba en un hospital. También agonizaba Ciudad Juárez en el 2010. Tres mil 57 asesinatos, 76 secuestros y 93 extorsiones ocurrieron en la ciudad fronteriza señalada internacionalmente como la más violenta del mundo.

Han pasado cinco años y El Mix ha ganado un par de kilos, juega fútbol con niños de cinco, seis, ocho, doce, catorce años, en una cancha pavimentada con salones naranja que se han vuelto en su refugio. Niños en situación de calle, pobreza extrema, hijos de zonas marginales, de madres que se sumergen en una maquinadora para llevar el pan a la mesa, juarenses todos que han encontrado en El Mix un héroe de carne y hueso.

¿Supiste de tus agresores?

—Los volví a ver. Como eran menores de edad, todos salieron rápido de la cárcel. Eran seis, de todos me acuerdo perfecto porque cuando uno es del barrio, conoce a sus enemigos. Uno de ellos lo asesinó mi tío, me lo contó y ahora mi tío está en la cárcel con un policía que le ayudó en eso, los otros cinco salieron libres y un día iba caminando por la calle con mi esposa, mis hijos y los vi, todos juntos otra vez, me miraron, los miré, tuve tanta ira,

tantos deseos de ir con toda esa rabia contenida a partirles su madre pero me contuve.

Amigos míos me decían que me los agarraban a todos y que yo fuera a darles el tiro de gracia o me preguntaban que cómo quería que me los entregaran y eso me rondó muchas noches la cabeza,

el corazón,

el alma, pero yo ya no era ese Mix, yo ya soy otro y aprendí que una de las tantas maneras de ser feliz es cuando perdonas, yo los perdoné—

se vuelve acomodar la boina.

Quien escuchara las confesiones de El Mix en una oficina que se hizo oscura al caer la noche, jamás pensaría que tiene 25 años, jurarían que rebasa los 40. Tampoco daría crédito a la historia que guarda un cuerpo donde las huellas de tortura sobresalen por las manos, los tobillos, el cuello, la cabeza; El Mix ahora es Alejandro, un adolescente que cursa segundo semestre de docencia en la Universidad Pedagógica de Ciudad Juárez porque quiere ser maestro —pero no para dar clases en un salón encerrado, sino para ir al barrio, recorrer sus calles y sacar a chavos del riesgo de las drogas, las pandillas, el alcohol—

Son las siete de la noche, la penumbra de la Colonia Azteca hace más notorio la polvareda de sus calles y avenidas de donde hoy día se disputan la plaza del menudeo las pandillas de Los Aztecas contra Los Artistas Asesinos. Las llantas de los coches rechinan con las piedras y Javier, de escasos seis años, se abraza de la pierna de El Mix. Le pide que cuente otra vez el día que peleó con el tigre, le hala con insistencia la mezclilla, lo mira hacia arriba. El Mix sonríe, se agacha, los niños corren a su regazo, el viento helado sopla.

—Yo trabajaba en un circo ambulante antes de estar aquí…—-


Cindy: la mujer del rifle

En casa suele soltarse el cabello, pintarse los labios de rosa. Cuando sale a bailar con su esposo, prefiere los pantalones pegados, una falda, un vestido. Entonces usará tacones del cuatro y con suerte medirá 1.67 metros, entonces en una noche de copas, llegará la pregunta incómoda, esa que responde con una franca sonrisa: —Soy policía—

Cindy a punto de irse en sus recorridos en la patrulla

El arma larga que sostiene Cindy con la mano derecha le rebasa la cintura casi a la altura del ombligo. Camina con temple, espalda erguida, sin doblegarse al peso de cargar un chaleco antibalas de tres kilos que junto con el rifle, la hacen pesar 58 kilos, seis más de lo habitual.

Cindy llega exaltada, las palpitaciones encuentran reposo cuando narra que viene de interponerse en una riña callejera donde esposó a dos hombres tendidos en el pavimento, de espaldas a su rostro y entre forcejeos, escuchó el click del cerrojo para subirlos a la patrulla que maneja en la Policía Municipal de Ciudad Juárez, Chihuahua. Cuando el agresor escuchó la voz de mujer ordenándole pararse del suelo, el hombre pidió disculpas, antes había intentado escupirle sin atinarle.

La noche anterior había cocinado hamburguesas para sus dos hijos de cinco y doce años mientras veían una película. Vecinas imprudentes la han increpado sobre su profesión —poco femenina— dicen. Que si le gustan los hombres aunque saben que está casada, que si sabe cocinar y del cuidado de la casa, que si es femenina o más bien machorra. Pero Cindy va más allá de un estereotipo milenario que comenzó al ser la única mujer entre tres hermanos varones y quince primos.

Es una mujer de 35 años que ha dedicado once a la policía de un municipio como Juárez que navegó entre la sangre y el dolor en vísperas del 2010 cuando más de 3 mil personas fueron asesinadas en la ciudad fronteriza con El Paso, Texas, Estados Unidos. La lucha a muerte por la plaza entre el Cartel de Sinaloa y La Línea, brazo opresor del Cártel de Juárez, dejaron a miles sin hijos, primos, hermanos, mamás, amigos. Cindy perdió a una.

—Era mi amiga, una gran compañera, también policía. Conocía a su esposo, sus hijos, su barrio. Una mañana me tocaba patrullar y me avisaron de un tiroteo cerca, me acerqué a colaborar y allí estaba ella, en el suelo, muerta— la mirada neutra, de frente. —Entonces todas las mañanas pensaba en que quizás no iba a regresar, estaba embarazada de mi hijo menor pero sabía que por él y por mi ciudad, teníamos que seguir dando la batalla.

—¿Qué fue lo más difícil de ese 2010?

—Ver morir tanta gente y sentir el desprecio de la sociedad. La policía estaba desprestigiada, las miradas de los vecinos como reclamándote, los comentarios fuertes de la gente.

—¿Que te llegaron a decir?

—Que no servía para nada, que defendiera mi ciudad…

Cuando Cindy se embarazó, estuvo allí. Cuando su amiga murió, estuvo allí. Cuando la sociedad la increpó, ella también estuvo allí. Cuando Juárez fue la ciudad más violenta del mundo, ella estuvo allí. Ocho años al compás de una policía municipal que en el 2010 tenía un diagnóstico desalentador: decenas de uniformados coludimos con la delincuencia.

En ese entonces, la mujer patrullaba las zonas marginales con el mismo rifle que hoy la acompaña a recorrer la Secretaría de Seguridad Pública de Ciudad Juárez. Perseguía asesinatos, veía cuerpos destajados en bolsas plásticas, le hablaban microempresarios para reportar extorsiones o amenazas. Hoy Cindy reporta robos a casa habitación y vehículo como su principal dolor de cabeza.

Se ha enrollado el cabello ensortijado en un nudo a la altura de la nuca que descubre sus orejas puntiagudas. Su rutina arranca a las tres de la mañana cuando deja uniformes y loncheras listas porque una hora más tarde comienza a patrullar las calles de Juárez y antes de las tres de las tres, debe estar en la puerta de la escuela donde Joaquín cursa tercero de Kinder.

Cindy habla en clave con sus compañeros, los llama elementos; saluda con firmeza, las voces del radio que escucha a cada paso, dicen cosas como “C4”, “confirmado”, “en camino”. Es una de las 523 policías mujeres que resguarda su ciudad como quien cuida de un rebaño de ovejas que aveces se descarrían. Era la única de un salón de clases que formaría a cientos de policías varones, era la única. Ahora la acompañan cientos de jovencitas o mujeres maduras que no les tiembla nada cuando de combatir al crimen se trata. Está por concluir sus estudios en Criminología sin pagar un solo peso, la institución avala y modifica los turnos de policías que como ella, quieran obtener un título universitario.

Cindy la mujer del rifle.
La policía municipal de Ciudad Juárez vive un proceso de transformación para profesionalizar a sus uniformados. Más de 500 mujeres participan de éste proceso.

—Esa es la clave, capacitación y cercanía con la comunidad— explica el hombre al frente de la Secretaría de Seguridad Pública, César Omar Muñoz Morales. —Anteriormente todos los elementos tenían apenas la secundaria, hoy día el 90 por ciento  tiene preparatoria y un 30 por ciento -como Cindy- está terminando sus estudios profesionales.

—¿Las mujeres policías tienen un rol diferente en la institución?

—La policía es una sola corporación, somos dos mil 500 policías municipales hombres y mujeres—

14:35 Cindy posa para una fotografía en una cuatrimoto, luego en medio de patrullas. Enseña en su teléfono celular una fotografía donde se ve caminando, uniformada, de rifle, chaleco antibalas, radio. Es la imagen de una campaña publicitaria que busca a los mejores policías para resguardar Juárez.

Hora de partir. El más pequeño de sus hijos está orgulloso de mamá. Cuando Cindy entra a una reunión de madres de familia, el niño corre a presumirle a sus amigos que quien entra en tacones es mamá, es policía. Todos esperan verla uniformada, seria, alta, fornida.   Pero no… su cuerpo menudo no trae el rifle, ni las esposas, ni carga los 3 kilos del chaleco antibalas. Cindy suelta una carcajada brusca porque a los eventos de las escuela siempre viste de civil.


“La noche más larga de mi vida..”: Lupe Cadena.

Villas de Salvárcar, 30 de enero de 2010. 9:30 pm. Suena el teléfono.
—¿Papá me dejas quedar en la casa de Sanders?
—No. Sabes que no me gusta que duermas en casa ajena
—¿Entonces pasas por mi cuando termine la fiesta?
— ¿A qué horas?—
— Pues más tarde papá—

 

El brillo en la mirada de una mamá que pese al dolor de perder un hijo, saca valor para luchar por un mañana mejor

 

11:30 de la noche, segunda llamada y su última conversación.

—Hola papá—

¿Cómo estás hijo?

—Bien, bien—

—¿A ver hazme un cuatro? lo reta el padre por el auricular.

Al fondo la risa de los muchachos, se burlaban de ver a Rodrigo sosteniendo el  equilibrio como si su papá lo estuviera viendo.

Un viento frío sopla se cuela por la espalda de Lupe mientras su esposo conduce rumbo a la colonia Villas de Salvárcar al oriente de Ciudad Juárez. ¿Qué habrá pasado? se preguntan los padres de Rodrigo después de la llamada de la mamá de de Sanders, un compañero del fútbol americano que les pide con voz nerviosa que vayan a la casa, que algo pasó. Los papás de Rodrigo se miran sentados en el auto, tiemblan de frío a la misma vez.

—Cuando llegamos a Villas de Salvárcar vemos a muchos policías, dice mi esposo molesto ¿pues qué hicieron estos muchachos? estaciona el carro en la calle de un costado, ya estaba encintada la zona, se pasa la cinta, me dice no te muevas de ahí del carro y al minuto lo escucho gritar, es el grito más ensordecedor que puede escucharse de un hombre, en ese momento yo supe que algo muy malo le había pasado a Rodrigo, salgo corriendo del auto, nadie me detiene, no me podían detener,  me topo con la mamá de Sanders y veo a mi esposo gritar y ella me dice “entraron unos hombres y le dispararon a Rodrigo”, cuando yo entro a la calle veo unos cuerpos tirados a un lado, en la casa de enseguida se veía sangre, Rodrigo estaba en la casa de en medio, entré en Shock, entro en Shock,  empiezo yo a gritar, me encierran en la casa de enfrente, pues no me podían controlar, desde ahí alcanzaba a ver la casa donde fallecieron los demás jóvenes y aquello era.. pues una escena terrible, yo creo que… la noche más larga de mi vida, recuerdo gritaba que mi hijo tenía que ir a la universidad, que él no podía estar muerto, de repente se acerca un oficial, yo no sabía cuántos jóvenes habían muerto, yo sabía que Medrano estaba en el hospital, yo sabía que Parra estaba en el hospital, yo sabía que Alan estaba en el hospital, que eran varios de sus compañeros de fútbol americano que estaban hospitalizados pero yo no sabia cuántos había fallecidos en ese momento, yo veía cuerpos, yo veía gente, escuchaba gritos, porque todos gritábamos, las madres gritaban, los familiares que iban llegando, los mismo policías lloraban. Se acerca el oficial y le dice a mi esposo “¿cuál es el nombre de su muchacho? a lo mejor está en el hospital”, yo todavía tenía la esperanza pero el oficial revisa y mueve la cabeza, entonces en ese momento supe que Rodrigo era el que estaba ahí en esa casa, mi muchacho estaba muerto

La ráfaga de disparos alcanzó a quince personas esa noche. La mayoría jóvenes que aun no cumplían la mayoría de edad, algunos cayeron al piso intentando saltar la barda para sobrevivir. Allí, tendidos en el suelo con un tiro de gracia, perdieron la vida,

Rodrigo Cadena

José Luis Aguilar,

Horacio Soto,

los hermanos Marcos y José Luis Piña,

José Adrian Encinas,

Jesús Armando Segovia,

Brenda Escamilla,

Juan Carlos Medrano,

Carlos Lucio.

Cuatro adultos, padres de algunos de los estudiantes muertos, cayeron también abatidos por las balas.

Jaguares, el equipo de fútbol americano donde jugaban varios de los muchachos asesinados por un grupo armado

Las autoridades municipales encontraron 89 casquillos de bala en la escena del crimen donde un comando armado de quince hombres en cuatro camionetas, llegó a la colonia Villas de Salvárcar y bloquearon el acceso a la calle Villa de la Paloma buscando a sus rivales los Artistas Asesinos ligados al Cártel de Sinaloa. Pero no, no eran ellos, eran jóvenes de bien que celebraban una victoria deportiva.

Rodrigo tenía 17 años ocho meses y en su último cumpleaños, aparece untado de pastel en la nariz. Cursaba su último año de preparatoria, tenía los brazos fuertes, fornidos, como todo un jugador de fútbol americano. Entrenaba en las noches con el equipo Jaguares, el mismo que quedó campeón en su categoría derrotando a los Borregos del Tec de Monterrey. Cuando no entrenaba americano, Rodrigo iba con los Jaguares a sacarle sonrisas a los ancianos en los asilos o a los niños enfermos de de leucemia. El próximo siete de abril, Rodrigo cumpliría 24 años y sus tres hermanos estarían planeando a dónde irse de vacaciones.

—Mamá, el día que tú te mueras lo que más voy a extrañar de ti son tus huevos con jamón— fue lo último que Lupe escuchó de Rodrigo sin imaginar que horas más tarde, un viento helado la haría temblar camino a Villas de Salvárcar.

***

Abrazos en el alma

Fernando tiene los brazos fuertes y junto a su esternón extendido, podría pasar por un fisiculturista aunque le falta estatura. Su físico es el resultado de varias horas a la semana entrenando fútbol americano de la mano de su papá, el coach de Lo Jaguares, el equipo que integraba Rodrigo y Juan Carlos, asesinados en Villas del Salvárcar hace seis años.

Se define como un hombre católico. Dirigía un grupo de jóvenes en la iglesia rescatando valores como la solidaridad, el perdón, orando por las víctimas, intentando quitar el odio de tantos corazones envenenados. La mañana del domingo 31 de enero de 2010, hizo un rezo especial en nombre de los quince muchachos masacrados la noche anterior. Rodrigo era especial para Fernando. Estudiaba con su hermano menor, iban juntos al gimnasio a entrenar, visitaba la casa para hacer tareas, era de la familia, le apasionaba el fútbol americano. Todo eso pasó por la mente de Fernando esa mañana de domingo improvisando una oración en la iglesia principal de Ciudad Juárez.

Antes de trabajar en la casa naranja con verde donde hoy tiene su oficina, Fernando tuvo una oferta de trabajo más ambiciosa, quizás mejor remunerada. Le pedían dirigir un grupo de jóvenes capacitadores en Tamaulipas, Chihuahua, Coahuila. Pudo aceptar la oferta pero en cambio apostó por comenzar desde cero la construcción de una asociación civil para recomponer el tejido social de una ciudad golpeada por la violencia.

Un joven toca la puerta con dos botellas de agua.

Delgado, veinteañero, brazos inflados por el ejercicio. Es el hermano menor de Fernando, que hoy tiene 24, la misma edad que tendría su amigo Rodrigo Cadena si la delincuencia organizada no lo hubiera confundido con un pandillero.

—Mi hermano iba ir a esa fiesta pero a último momento mi papá no lo dejó ir, recuerdo todavía ese pleito y cuando sucedió la masacre yo mismo me dije no puedo esperar a que asesinen a mi hermano para hacer algo por los jóvenes de mi ciudad.

Fernando y un grupo de treinta jóvenes rescataron una casa donde hoy funciona Jaguares, Jóvenes de Bien. Con brochas, cubetas, pintura donada, otra comprada  con recolectas vecinales, lograron pintar, reconstruir, tapar los huecos, remodelar baños de una vivienda dada en comodato por unas monjas que les pidieron recuperar la casona a cambio de quedarse con ella.

Desde allí, Gallegos dirige una A.C. que busca llevar talleres, charlas y capacitaciones de prevención, sexualidad y actividad física a escuelas ubicadas en zonas marginales de la ciudad fronteriza. La idea llegó después del asesinato de Rodrigo Cadena, de una mamá que clamaba justicia pero que no estaba dispuesta a cruzarse de brazos, de un coach de fútbol americano que inculca valentía, disciplina, perseverancia en sus muchachos. Y aquí están, a cinco años de una tragedia que dio paso a una bocanada de aire fresco en tiempos convulsos.

Un pizarrón blanco con letras verdes, muestra un calendario de actividades con fechas, actividades, interrogantes, voluntarios. Uno de ellos se llama Familia, un programa apoyado por sicólogos y nutriólogos que consiste en realizar encuentros, dinámicas, pláticas y convivencia entre los padres e hijos de los equipos deportivos. Aunque Fernando reconoce que falta mucho por hacer, quinientas familias se han beneficiado de este espacio que les permite acercarse a sus hijos por medio del deporte. Pero hay más. Jaguares, jóvenes de bien, busca darle empleo a los jóvenes por medio de trabajos temporales que les ayuden a la economía familiar. De la mano del sector público y privado, jóvenes mayores de 18 años pintan escuelas, limpian calles, parques, hacen carpintería, jardinería, se ganan la vida. Para los más pequeños, hay actividades deportivas, culturales, artísticas en las escuelas públicas del oriente de la ciudad.

Lupe Cadena se viste de luto. Suéter morado, bufanda gris. Sentada en un escritorio viendo pasar las fotos de Rodrigo en vida.

Lupe Cadena en su oficina. Al fondo, Rodrido y Juan Carlos, asesinados en Villas de Salvárcar hace seis años.

—Esta me la mandó una amiga de él, esta otra también, es que muchos amigos me mandan fotos de Rodrigo todavía y aquí las voy guardando —sonríe al ver la nariz de Rodrigo untada de pastel en su último cumpleaños.

Cuando no está aquí, Lupe se reúne con organismos internacionales, consulados, embajadas, asociaciones civiles, autoridades locales, estatales, federales. Intercambian experiencias, busca fondos para ampliar la red de apoyo a los jóvenes, para pintar la casa, para ponerle un baño, para contratar a un sicólogo más.

—Hay mucho trabajo por hacer. Tenemos toda una generación de niños víctimas de la violencia, con odio, resentimiento, falta de sensibilidad, muchos de ellos no tienen ambos padres, muchos de ellos son criados por abuelos, por abuelas, por tíos, primos, muchos de ellos necesitan un abrazo.

Faltan doce días para que el calendario marque 30 de enero, Lupe y Fernando lo saben, la nostalgia invade una oficina pintoresca donde las fotos de los muchachos del fútbol americano los hacen suspirar.

—30 de enero para mí significa Rodrigo Cadena Dávila y el nombre de 15 jóvenes más que partieran junto a él aquel día, significa lucha, es el recordar la fecha en que mi hijo partió de la manera más cruel que se le puede quitar la vida a un ser humano pero a la vez también significa no olvidar, para que no se vuelva a repetir. El 30 de enero significa para mí, como decía mi hijo, no deja de mover las piernas y aquí estoy moviéndolas por él, por los jóvenes como él, 30 de enero es un homenaje a la vida.

El año pasado Lupe vio a Rodrigo en un niño de siete años vestido de futbolista americano. Meses atrás, un papá le pidió la foto de Rodrigo para después mostrarle en el campo de fútbol a un joven tan parecido a él que por minutos sintió que lo veía corriendo detrás del balón.

—Son esos ángeles que Dios nos envía de alguna manera, son esas caricias al alma que nos da a través de los niños, de los jóvenes que veo, que se parecen a él, que ayudo por él.

Cinco personas han sido juzgadas por la masacre de Villas de Salvárcar en el 2010. Uno salió libre por la Suprema Corte de Justicia no por ser inocente sino por tomarle su declaración en una guarnición militar. Se cuenta que más de 16 criminales participaron en el asesinato que enlutó a Ciudad Juárez, se sabe también, que la carpeta de investigación continúa abierta. Se sabe que hoy Ciudad Juárez necesita contar una historia de paz.

Ellos se lo merecen.


 

Fuentes consultadas y entrevistas realizadas para la elaboración de este reportaje:

Enrique Serrano, alcalde con licencia de Ciudad Juárez, Javier González Mocken, Presidente Municipal de Ciudad Juárez, Juan Carlos Andréu, Director del Instituto Municipal de la Juventud, María Teresa Almada, Directora del Centro de Asesoría y promoción juvenil, CASA, Fernando Gallegos González, Director de Jaguares: Jóvenes de Bien A.C., Señora Lupe Cadena, fundadora de Jaguares: Jóvenes de Bien A.C., Imelda Marrufo Nava, Directora de la Red Mesa de Mujeres de Juárez A.C., Mtra. Luz Elena Mears Delgado, Alejandro El Mix, Cindy, Policía Municipal de Ciudad Juárez, Antonio Salas Martínez, Director de Promoción Social del municipio, César Muñoz Morales, Secretario de Seguridad Pública de Ciudad Juárez, Adrián Juárez, vocero de la Secretaría de Seguridad Pública municipal, José Vidrio, Director de Comunicación Social de Ciudad Juárez, Base de datos Comisión Nacional de Seguridad, Fiscalía de Chihuahua

Texto y Fotos: Margarita Solano

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Publicado el 1 febrero,2016 Por: Mauricio Suarez

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