A ningún difunto se le niega música

Publicado el 8 agosto,2016 Por: Gonzalo Suarez

La televisión se encuentra encendida en la sala de un departamento. En ella se transmite el noticiero más importante de México. En ese departamento está el pequeño de 11 años David Torres López. Espera que se anuncie cómo va la inauguración de los juegos olímpicos de Río de Janeiro 2016. De repente el conductor da el titular: “Modelo colombiana consumía drogas”.

 –Al parecer Stephanie Magón se encontraba con dos amigos, un varón y una mujer, en el Bar Normandie, ella ingreso al sanitario y al salir balbuceaba, se encontraba desorientada, se había drogado, era colombiana.

La imagen del conductor desaparece. El turno ahora es para Edgar Elías Azar, presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México. Azar explica que Stephanie, junto con sus amigos, pidió un taxi. El vehículo la llevó al edificio donde vivía, ella subió a su hogar y se suicidó. Pero 24 horas antes, el mismo Magistrado había asegurado que la modelo colombiana había sido sido víctima de un feminicidio. Costillas rotas, cráneo fracturado, golpes.

Un cielo nublado, vehículos avanzando con rapidez, la estatua de uno de los héroes de independencia mexicana: Vicente Guerrero, y el niño David que ha decidido aventurarse más allá de su barrio, fungen como testigos…

Es en una de las venas, de las articulaciones más importantes de la ciudad: la Avenida de los Insurgentes y la calle Porfirio Díaz, donde está el Parque Hundido. Allí una mujer joven, de sombrero, aparece con flores amarillas y una mochila bordada.

"No son suicidios, son feminicidios". Colombianas en México.
«No son suicidios, son feminicidios». Colombianas en México.

***

“La culpa es de la colombiana”, se escuchó entre susurros aquel 5 de agosto del 2015 en la calle Luz Saviñón, mientras un hombre recita una parte del poema Duodécima carta a Taranta Babú de Nazim Hikmet a la entrada del edificio 1909:

–Es que las colombianas fungen como mulas, son novias de narcos. ¡Pobre Rubén!, debió elegir bien a sus amistades –Le dice una vecina, habitante de la colonia Narvarte a la estudiante de etnología Gabriela Bonales.

Se refiere al multihomicidio donde perdieron la vida cuatro personas, entre ellas, el fotoperiodista Rubén Espinosa y la colombiana Mile Virginia Martín. Minutos después del homicidio, la información mediática satanizó a «la colombiana» como responsable del suceso. A Mile la encontraron con la ropa interior en la boca, violada, con signos de tortura.

***

Veladoras, cartas, poemas, mujeres, hombres, periodistas, estudiantes, todos están ahí, conformando la praxis social del consuelo, de la reflexión, del exigir que se investigue el caso del asesinato del periodista Rubén Espinosa.

–Fue el gobernador, estoy seguro los vino a cazar –dice un hombre de nombre Mariano.
–Por las fotos de ¿Proceso? –pregunta su acompañante.
–Yo creo que fue por la colombiana, chance ella tenía que ver con las drogas… –insinúa Mariano.

***

Colectivo Me Muevo Por Colombia.
Colectivo Me Muevo Por Colombia.

Carolina Bedoya se levanta el sombrero para acomodarse el cabello. Se sienta y observa en su totalidad el Parque Hundido. De su bolso saca la revista Proceso que en el año 2015 publicó la fotografía donde se ve el gobernador de Veracruz Javier Duarte.  Ahora esa casa editorial, dedica sus páginas a analizar el caso de Stephanie Magón, muerta en extrañas circunstancias la semana pasada.

Carolina recuerda a Mile Virginia Martín, colombiana, quien era amiga y roomie de Rubén. A Mile se le adjudicó la muerte de los habitantes de un departamento de la colonia Narvarte. El nexo fue narcotráfico.

Las manos de Carolina toman las flores amarillas y dice: “A pesar de que ya pasó un año del caso Narvarte, la opinión pública vincula a Mile y a Stephanie con las drogas, pero realmente lo que las une es que no se les ha investigado, es que, en ambos episodios, a la víctima de un homicidio se le criminalizó con conjeturas”.

Son las 4:30 de la tarde y el Parque Hundido está lleno de rosas, girasoles, tulipanes, todas amarillas porque significan verdad. Más de cincuenta personas convocadas por el colectivo Me Muevo por Colombia comienzan a gritar: ¡Ni una más, Queremos la verdad! ¡Fueron feminicidios no suicidios!

Con flores amarillas, colombianos en México rinden homenaje a colombianas muertas en extrañas circunstancias.
Con flores amarillas, colombianos en México rinden homenaje a colombianas muertas en extrañas circunstancias.

El homenaje ha iniciado. Uno a uno, nombre por nombre, víctima por víctima, caso por caso.  Stephanie Magón, Aleja Pulido, Mile Virginia, Sara Rodríguez, Carlos Mejia, Carlos Arturo, Jorge Muñoz, Francisco Agudelo, Oscar Vanegas. Colombianas, modelos, ¿muertas o asesinadas?. Colombianos desaparecidos, familias que los esperan.

David, el niño de 11 años que esperaba las Olimpiadas, ha ido al Parque Hundido para acompañar a su hermano mayor Karim. Los dos han escuchado que ahí pueden encontrar varios Pokemones para capturar. Sin embargo, unos coros, cantos femeninos,  llaman su atención.

Camina y observa, David, a un grupo de mujeres colombianas cantando. De ese grupo una figura sobresale. Es Yarima Merchán que dice: “El recuento de las víctimas viene acompañado de unos cantos. En Colombia, en mi tierra, se despide a nuestros muertos cantando. A su lado, Clarayama Beltrán grita: “A ningún difunto se le niega música”. Y continúa: “Generalmente son canciones que se cantan durante velorios, y en este caso se trata de dignificar la memoria de Mille, de Aleja, de Sarita, de Stephanie…”

Tambores, flautas de viento y acordeones son los instrumentos que, junto con los pulmones, permiten que canciones como Los montes de María, A Pilha, La Roz y El viaje de Carola se plasmen en el ambiente.

David se dirige a la estación del Metrobús y desaparece.

Dos horas más tarde llega un Twitter. «Deberíamos ir al Parque Hundido a partirles el culo a esos colombianos que protestan por sus muertitos en México».

Twitter que recibe el colectivo Me Muevo Por Colombia.
Twitter que recibe el colectivo Me Muevo Por Colombia.

La policía ha llegado. Vigila pero no detiene. Han transcurrido más de dos horas y media. Poco a poco los medios que han cubierto la nota desaparecen. Las entrevistas han terminado. Los cantos también se han ido pero los colombianos no. Siguen, hablan, murmullan entre sí, visualizan algo más. El futuro es incierto.

Publicado el 8 agosto,2016 Por: Gonzalo Suarez

DEJA TU COMENTARIO:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Lo más Reciente

Nuestros Columnistas